*Piedras que asemejan una pirámide y agua que permanece quieta se unen en un río que desciende hasta Jalcomulco, donde se crea un oasis natural conocido por los lugareños como El Filo
Inés Tabal G.
Jalcomulco, Ver. – La imagen de una pirámide acostada se rompe con las ondas que hacen los peces al nadar debajo de estas aguas cristalinas que reflejan dos mundos paralelos.
Ambos mundos, uno donde piedras asemejan una pirámide y otro donde el agua permanece quieta, se unen un este río que desciende de las montañas hasta llegar a un pequeño pueblo llamado Jalcomulco y se convierte en el oasis donde viajeros y pobladores calman el calor.
La estructura perfectamente alineada con la punta dirigida hacia el sur, está formada por rocas blancas de gran tamaño y ahí en ese punto el agua crea un escenario natural que los lugareños conocen como El Filo.
Hace miles de años surgieron para crear una hermosa postal y en la actualidad son utilizadas como un trampolín por los habitantes para saltar hasta el fondo de este río.
En lo más alto de estas rocas crecen árboles que pintan de verde el paisaje. Entre sus copas habitan una gran variedad de aves que surcan los cielos reflejados en la inmensidad de este cuerpo de agua.
Mientras en el interior cientos de peces de todos los tamaños navegan en las olas formadas con la corriente que baja desde lo más alto de la montaña.
El lugar es perfecto para desconectarse por unos instantes, hay una ausencia total de señal de telefonía celular. Lo que lo único que queda es reconectarte con la naturaleza y aprovechar el momento.
El río de Santa María forma parte del río Los Pescados y atraviesa varias comunidades para desembocar en el Golfo de México. La comunidad se encuentra en el municipio de Jalcomulco, para llegar desde Xalapa se debe conducir 61.5 kilómetros.
Aunque el municipio de Jalcomulco es reconocido internacionalmente por sus actividades eco-turísticas, sus comunidades aún guardan esa privacidad y misticismo que solo los más aventurados disfrutan.
Al llegar al pueblo te topas con una gran variedad de árboles frutales como el mango, limón, naranja, nanche, hectáreas que los campesinos siembran con maíz, pipían, cacahuate y Jamaica.
Una gastronomía en constante movimiento como tamales, mole, una gran variedad de antojitos, pollos asados, mariscos, cocteles y bebidas. Y al final del pueblo un puente colgante, ahí deberás cruzar a pie y dejar tu vehículo si quieres adentrarte en la vegetación.
La arena y pequeñas piedras de un tono gris forman montículos de tierra alrededor del agua donde podrás instalarte para pasar la tarde.
Lo único que escucharas en las próximas horas es el canto de las aves y el sonido del caudal que choca contra las piedras, lo que produce al instante la paz para cualquier persona que quiera alejarse del ajetreo constante de la ciudad.